A modo de presentación hacemos siempre a nuestros invitados un reto: el de mirarse e intentar explicar a los lectores de OtroLunes ¿quién es Lilo Vilaplana? La respuesta, como para profundizar más el reto, debe enfocarse en dos aspectos inseparables pero que, con todo propósito, quiero que respondas por separado: Lilo Vilaplana, el ser humano y Lilo Vilaplana, el creador, teniendo en cuenta en qué sentidos se contraponen o complementan estas dos “áreas” de tu vida. Me han bautizado como la canción de Serrat: Un soñador de pelo largo; así ando desde que tenía 14 años y ya voy atravesando los 48. Lo mejor del Lilo humano, lo mejor de mi día es el beso de mi hijo y mi esposa en las mañanas. Ese es el motor que impulsa al Lilo artista a tener un gran día.
Empecemos, aunque sea gastado, por el inicio: háblanos de cómo sucedieron esos primeros instantes en que el joven soñador que eras decidió (o eligió o fue empujado) a convertirse en Lilo Vilaplana, el creador amante del mundo de las imágenes.
Hay eventos importantes de mi niñez. Influyo mucho la televisión cubana y su espacio Aventuras. No me las perdía; un día se fue la luz en la cuadra de mi casa y salí corriendo por el barrio y al doblar la esquina había electricidad, me asomé por una ventana para no perderme el episodio y me cerraron la ventana en la cara.
Eso me dolió mucho. Pero como la vida no se queda con nada, ya con 22 años me fui a la capital y empecé a trabajar en la televisión cubana.
Después de hacer de director asistente en Los papaloteros con Eduardo Macías, comencé a dirigir el programa infantil en vivo Dando Vueltas, lleve un espectáculo con los personajes del programa a mi pueblo natal y lo presentamos allí, en el coliseo. Al salir, el señor que vivía al doblar de mi casa me dijo: “Gracias por traer a los artistas de la televisión al pueblo”, y le respondí: “Televisión que de niño usted me quiso prohibir”.
Lilo Vilaplana es un nombre artístico que le debo a Amado del Pino. Un día envié una obra de teatro a un concurso y estaba el título de la obra y mi nombre completo Oleido Rafael Vilaplana Santalo. Amado lo leyó y quiso conocerme. Yo fui hasta Camagüey, al conjunto dramático, a verlo, y me dijo que le gustaba la obra, pero con ese nombre tan largo no iba a llegar a ningún lado. Me preguntó si no me decían un apodo. Le dije: “mi hermana me dice Lilo”. Me dijo: “ahí está, Lilo Vilaplana”.
Desde ese día me acompaña. Otro evento fue cuando terminé el preuniversitario y a Nuevitas no llegaron becas para lo que yo quería estudiar: dirección, dramaturgia, algo afín… Fui a La Habana, al Instituto Superior de Arte (ISA) y llevé lo que había escrito, algunos premios que me había ganado en teatro, y hablé con la directora y le pedí que me hiciera un examen, que ese era mi sueño. Me respondió tajante que si no habían llegado cupos al pueblo, no había nada que hacer. Entonces entendí que el estudio gratis en Cuba era condicionado y por metas, no por vocación. Yo le deje caer todos los papeles sobre la mesa y le dije: “Recuerde mi nombre: Lilo Vilaplana, un día va a sonar”. En esa época querían que todos nos convirtiéramos en Médicos en serie. Me devolví al pueblo y empecé a trabajar en la Empresa de Fertilizantes, porque ahí estaba el mejor grupo de aficionados de la provincia y de los mejores de esa época en Cuba: Mayanabo.
Quienes te conocemos, sabemos que eres un hombre agradecido, fiel a sus amigos y maestros. Ahora que has tenido éxito en un terreno tan complicado y competitivo como el audiovisual (entiéndase aquí, cine, tv, etc.), si miras hacia esa estela que marca tu crecimiento artístico: ¿qué nombres te vienen a la mente a la hora de agradecer?, ¿a quienes llamarías “tus maestros”?
Estas preguntas son difíciles de contestar, porque siempre alguien queda por fuera y se molesta. Y para mí, maestro no es solo el que te da clases en una escuela. Maestro es quien te da nortes para transitar por la vida. Pero sin dudas mi maestro fue Eduardo Macías, actor, escritor y director cubano. De él aprendí a hacer la puesta en escena para la televisión, el trabajo con el texto y con los actores. Otras muchas personas también influyeron en mi vida.
Primero mi abuelo Rafael: en mis conversaciones con el me abrió los ojos de la situación que atravesaba mi patria, aclarándome que eso era una dictadura y que era una desgracia para la isla. Es tan importante que alguien te aclare las cosas. De mi padre, ser un hombre trabajador. En la parte literaria, aprendí con un escritor de mi pueblo: Miguel Mejides. En el teatro se me viene a la mente un actor de mi Nuevitas natal, gran amigo, Luis Lezcano. Raúl Guerra también fue mi maestro, aprendí de literatura universal y me enseño a cocinar.
Hagamos ahora un breve repaso a estos años: ¿cuál fue tu trayectoria artística en Cuba?, ¿cómo, y sobre todo, qué te decidió a salir de Cuba? ¿Por qué Colombia y no, para citar sólo a los destinos “naturales” de los cubanos, Estados Unidos o España?
En algún momento, de manera empírica empecé a escribir historias, pero colocando delante de cada dialogo el nombre del personaje. Era una época en que los libros en Cuba eran baratos y se publicaba toda la literatura universal y mi padre me daba un peso para la merienda. Con ese dinero, me compraba libros. Una anécdota: En la televisión estaban transmitiendo una versión de Guillermo Tell; como era mi costumbre, quería saber el final antes que se acabara y fui a la librería y el peso de la merienda lo invertí en el libro de Federico Schiller y descubrí que “el escribía como yo”. Así me interesé en los autores que escribían “como yo”; así descubrí la literatura teatral: Shakespeare, Eugene O’Neill, Lope de Vega, Arthur Miller, Moliere… En Cuba empecé en el movimiento de aficionados.
A mi pueblo natal, San Fernando de Nuevitas, un día llego un instructor de teatro, Cecilio Montejo; él escogió a varios muchachos para hacer una obra y formé parte de ese elenco. A mi padre no le gustaba esa idea. Quien más me apoyo fue mi tía Vivian, que hasta me repasaba el parlamento, me ayudaba a hacerme los vestuarios y trataba de convencer a mi querido padre.
Mi madre siempre ha sido incondicional conmigo y en aquella época, tú sabes, yo recibía su apoyo a espaldas del viejo. Ahora mi padre disfruta lo que he logrado, pues se siente orgulloso y nos reímos de esa etapa. Luego, con el grupo de teatro de mi pueblo empecé a tener éxito y muy pronto a dirigir obras y gané varios premios en teatro, como en los Encuentros de Talleres Literarios como escritor de teatro. En el pueblo fundé El Dragón Fernando junto a un grupo de artistas del lugar y es una tradición que perdura aun en Nuevitas. Todas las Semanas de la Cultura aparece un dragón que construimos y anuncia, al inicio de la noche, las actividades que se realizarán. Creamos una tradición cultural. También creé la semana del teatro, que no se si aun existe. Ya el pueblo me asfixiaba, tuve desencuentros con dirigentes, muchos…y un buen día arranqué para La Habana. Al principio, un tío me ayudo, luego viví en algunas casas, después en la calle, hasta que el Dramaturgo y Director Raúl Guerra se dio cuenta de que andaba con una mochila dando tumbos y me acogió como a un hijo. Es en esta época que conozco la Habana marginal. Al año, mis padres me ayudan a comprarme un cuarto al lado de la Catedral. Un negocio ilícito, un cuarto que era usufructo gratuito del Estado; el dueño me vendió una de las habitaciones, allí necesite construir una cajuela para compartir la libreta de abastecimiento que se pudiera dejar ahí y con una tapita por cada lado el que necesitaba sacaba la tarjeta de racionamiento. Con el negro Pancho y mi hermano del alma, Leandro Planells, construimos una barbacoa. Allí nació mi hija Camila, y también proyectos literarios. En la televisión cubana tuve varios inconvenientes por pensar libremente y varias veces fui convidado a grotescos llamados de atención; me quisieron intimidar, agredir, amenazar. Mi amigo, el actor Gilberto Reyes, fue testigo de esas “entrevistas con los esbirros”. Por eso, cuando se presentó la posibilidad, salí del país. Nunca lo había planeado, todo se presentó de una manera muy particular.
Eres un hombre que está insertado, sin ninguna duda, en la sociedad y el modo de vida del colombiano, pero me llamó mucho la atención que sigues siendo un cubano, así con mayúscula, y con todos los significados de pertenencia que encierra esa palabra. ¿Qué te ha enseñado el exilio sobre Cuba y nuestras amargas circunstancias?
La patria se lleva en el centro del pecho. Los Castro y el exilio se han empeñado en jugar ping pong con las culpas. La culpa de cómo anda Cuba es de todos. De los Castro por tratar al país como si fuera una finca para cumplir un sueño particular y de nosotros por permitírselo. La tiranía nos dejó sin sueños, sin esperanzas. Como escribí en un monologo hace muchos años en Cuba: “Esperanza es una esquiva dama en la que estamos obligados a confiar.”
Brevemente, para aquellos lectores que no te conocen, ¿podrías resumir tu “aventura colombiana”, primero en TV Cine y luego en FOX Telecolombia.
Llegué a Colombia un 28 de enero de 1997 (Aniversario del natalicio de José Martí). Cuando vi Bogotá pensé que nunca me aprendería esa ciudad. Acá vine a trabajar por seis meses y ya voy por 17 años. Santiago, mi primer amigo colombiano, me dijo: “te paras frente a los cerros; el norte te queda a la izquierda y el sur a la derecha; a tu espalda, occidente y al frente, el oriente”. Ahí empecé a orientarme.
Comencé escribiendo y dirigiendo una serie de docudramas: Siguiendo el Rastro. Luego vino la teleserie Tabú. Luego salí de la empresa que me trajo a este país Tevecine y arranqué a trabajar en la academia del fallecido gran actor y amigo Franky Linero.
A los pocos meses, me independice y monté mi propia academia y productora de televisión que nombre Thespis Producciones. Allí impartí clases por dos años y empecé a producir de manera independiente y usaba a los alumnos.
Formé actores y técnicos para la tv colombiana. Creé dos programas: Justicia o Ley y Auto stop. El primero, un docudrama, y el otro, una serie monotemática con cuatro jóvenes que iban “echando dedo” y en cada capítulo les ocurría historias distintas. Luego me llaman los Duque, dueños de Telecolombia en aquel entonces y allí dirigí la serie Retratos de Héctor Forero, docudramas como Unidad Investigativa, expedientes; luego vinieron series y novelas como Zona Rosa, Por Amor, La dama de Troya.
Surge Fox Telecolombia y dirijo Un sueño llamado Salsa, La traicionera, capítulos de series como Mentes en Shock, Lynch, Sin Retorno, Tiempo Final 3, La Mariposa, el docudrama de cinco capítulos Arrepentidos para Nat Geo, Pero sin dudas El Capo, El Capo 2 y El Capo 3 ha sido el proyecto que más éxito ha dado a mi carrera. 8 premios India Catalina, 8 premios de la Revista TV y Novelas, incluido el de mejor director en las dos premiaciones. El Capo es una serie que adoro y me apasiona el trabajo con grandes amigos como Carlos Andrés, Marlon Moreno, Oscar Borda; somos cómplices de un gran proyecto que nos apasiona a todos. De manera independiente he dirigido varias obras de teatro y tres cortometrajes. Pero La muerte del gato es mi favorito. Este cortometraje que es una versión del primer cuento de mi libro, fue seleccionado a participar en la esquina del corto en Cannes.
Como paso previo al objeto central esta entrevista: tu corto “La muerte del gato”: ¿qué te hizo elegir la escritura para lograr tu libro de relatos Un cubano cuenta, en vez de optar por un territorio más conocido: el del universo audiovisual? Lo digo porque muchas de las historias que recoges en ese libro son perfectamente “visionables”, es decir, uno las lee y parece que está viendo lo que ocurre.
Tenía historias amontonadas en la cabeza, no había cerrado mi ciclo Cuba. Cuba anda siempre en el corazón. Necesitaba exorcizar esos fantasmas. Un buen día, me senté y empecé a escribir. Aprovechando que la escritora cubana Rebeca Ulloa estaba en Bogotá, la invité a convertirse en mi correctora de estilo y a su pareja, el importante caricaturista cubano Arístides, lo entusiasmé a hacer un dibujo para cada cuento y así publiqué el libro.
Se realizó un hermoso lanzamiento en Bogotá y luego José Adolfo Pichardo se interesó en mi texto, que le hizo llegar un escritor cubano, Jorge Carrigan, y lo publico en República Dominicana. Luego, el destacado poeta y patriota cubano Raúl Rivero me publica uno de los cuentos en la Revista Hispano Cubana, en España. Otro buen día, me senté y empecé a escribir la versión fílmica de “La muerte del Gato”; andaba por la tercera cuartilla cuando llegó a mi casa, mi vecino, el magnífico artista cubano Alberto Pujol, y lo convidé a escribirlo juntos. Esa misma noche acabamos de hacer el guión.
Antes de referirnos al corto en esencia: ¿qué lazos unen a la idea de hacer el corto “La muerte del gato” con el escritor Ángel Santiesteban, a quien dedicas ese trabajo?
A Angelito lo conocí en La Habana. Íbamos a trabajar como asistentes de dirección de un proyecto de la televisión cubana. Allí surgió la amistad. Luego, yo seguí el camino de la televisión y el continuó con su magnífica literatura. Pero nos seguimos viendo con el abrazo de siempre. Compartimos ideas y siempre estábamos de acuerdo en que hacía falta un cambio en Cuba.
En Cuba la última vez que nos vimos, yo estaba sentado en una de las mesas en el restaurante “Siete mares”, frente al parque del Quijote. Estaba almorzando allí con mi actual esposa Irasema, en aquel entonces estábamos de novios. Ángel pasó en su moto, nos abrazamos, hablamos un poco. Al poco tiempo, salí rumbo a Colombia. Luego, por las noticias, me entere de que la Seguridad del Estado le rompió un brazo; intenté ponerme en contacto con él, pero sabes que la dictadura es especialista en la incomunicación. Después, cuando Ángel corrió en la maratón de La Habana y mostró la foto en el pecho de Laura Pollán, lo apoyé y divulgué la noticia.
Ya pudimos hablar. Más adelante vino lo peor: sus encontronazos con el esbirro Camilo, y su encarcelamiento injusto por tener un blog: “Los hijos que nadie quiso”, en el cual divulga la verdad de lo que pasa en Cuba; los Castro le montan una causa común para enlodar su gran nombre como escritor. Esta etapa ha sido difícil para él, pero Ángel tiene amigos, como tú, como muchos otros, que no vamos a dejar que lo olviden en una de las mazmorras de la dictadura. Quise dedicarle La muerte del gato a Ángel Santiesteban, porque hay que enaltecer a los héroes de hoy, los que dentro de la isla enfrentan la dictadura de los Castro y Ángel es uno de ellos.
Contaste con un elenco de lujo: todos grandes actores de una impresionante trayectoria. ¿Cómo fue la experiencia de enamorar primero y luego dirigir a esos “monstruos” de la actuación, como le diríamos en buen cubano?
Como te conté, viví una etapa de mi vida en un solar de La Habana Vieja, en casa de Raúl Guerra. Conviví con Armando Ventolera, con Cristino, y con muchos otros personajes de los que aprendí mucho. Al hacer el cortometraje tenía que hacerle un homenaje a estos amigos y qué mejor que estuvieran bien representados. Del casting: el primero que se enrolo fue Alberto Pujol, con Ventolera. Albertico es un gran amigo, un excelente artista y no se limitó a actuar para el corto; trabajo en toda la preproducción del cortometraje, aportando ideas y su enorme talento. La idea de traer a Jorge Perugorria fue de mi esposa Irasema Otero, quien es la productora del corto.
A Perugorria lo conozco desde antes de hacer la película Fresa y chocolate. Es más, estaba yo en los estudios de Mazón y San Miguel, Pichy venía de hacer el casting con Gutiérrez Alea y me dijo que lo habían escogido para el personaje de Diego. En ese instante coincidimos, sentados en un muro en la entrada a estos estudios, que él tenía que ver más con David, pero Alea tuvo la razón. Jorge, la última vez que hizo televisión en Cuba, fue en un programa infantil que yo dirigía: Dando Vueltas. Lo invite a hacer de Robin Hood y él aceptó. 14 años después, desde Colombia, lo invité a trabajar conmigo en la serie Mentes en Shock. Y él vino a hacer este capítulo, no había hecho más televisión desde aquella participación en la revista infantil. Luego lo escogieron para protagonizar la serie Lynch. Con Bárbaro Marín estábamos en casa de un amigo y salimos a discutir, una de las tantas veces que lo hacemos, que se convirtió en un hobbie, y él peleaba por algo y me detuve a mirarlo: él seguía discutiendo, ya ni me acuerdo por qué y me quedé mirándolo fijo y le dije: “¿Por qué no haces de mí?”. Yo le había puesto Camilo (es el nombre de mi hijo) al personaje que se corresponde con mi vida en Cuba y decidí que Bárbaro lo interpretara. Por eso lo hizo gago, yo a veces tartamudeo. En uno de sus viajes a Colombia, a visitar a su hija, la actriz Tahimí Alvariño, le dije a Coralita Veloz: “Si un día filmo La muerte del gato, quiero que hagas de Delfina”. La trajimos de Cuba y filmó.
A Abel Rodríguez que ha protagonizado varias novelas en Colombia y conozco desde los tiempos de Dando Vueltas en Cuba, le dije que me hiciera de policía en una escena y aceptó; luego hablé con Ángel Bernal, un eminente profesor cubano de la Universidad Nacional, y lo convencí para que incursionara en la actuación y le fue muy bien. Para los hijos de Cristino, pues Camilo, mi hijo hizo uno y el otro lo interpretó Monchy, hijo de Ada, la esposa de Pujol. Ella también nos ayudó con el vestuario, la foto fija y con todo lo que pudo. Un actor colombiano, Jairo Ordoñez, que es mi ahijado, se estrenó como asistente de dirección y, en una escena improvisada de Delfina exigiéndole el pago a uno de los habitantes del solar, él nos hizo el borracho que no paga al CDR.
Eliges un momento climático, de giro, en la historia de Cuba: 1989, pero es una historia que uno mira y siente que sigue ocurriendo hoy, ahora mismo, en esa Habana que hace mucho dejamos atrás. Primero, ¿por qué esa elección?; y segundo: ¿cómo lograste esa “cubanidad” que trasmite el solar, el vestuario, la escenografía… todo?
Al ser La muerte del gato, un proyecto independiente te obliga a bajar costos. Usar mucho el internet, aprovechar la tecnología al máximo. Había que reconstruir la tropical Habana en la fría Bogotá. Ese era el primer inconveniente, pero contaba con el magnífico director de fotografía colombiano Carlos Andrés Hernández, con el cual he trabajado por casi 10 años. Hernández estudio en Cuba. Conoce el país y el clima. Que Bogotá pareciera La Habana era su reto y lo logró. Mi padre viajaba de Cuba en esos días y le pedí que me trajera algunos elementos; se pusieron a la tarea de conseguirlos: libretas de abastecimiento vencidas, figuras de yeso, vasos, hasta un ventilador marca “Órbita”, emblemáticamente soviético, y unas camisas “Yumurí” que yo usaba en mi natal Nuevitas y mi madre aún conserva. Miladys, una profesora cubana de arte, me prestó su máquina de escribir, platos y varios elementos. Además, colaboró con la ambientación que estaba en manos de un colombiano que ha trabajado por años conmigo Oscar Bejarano. Con Oscar, Alberto y Jairo fuimos a casa de mi madrina Lourdes y ese día se estaba mudando.
Empezamos a destruir las paredes, humedecerlas y ambientar la casa. Allí sería el segundo día de rodaje. Esa locación sería el interior de la casa de Raúl, en la terraza seria la casa de Cristino y a la calle le colocaríamos unos murales que hicimos entre mi familia y la familia de Pujol en algunas noches en mi casa. Había otro inconveniente: Conseguir un automóvil LADA en Bogotá, viejito y blanco. Carlos Julio, quien tiene una empresa de proveer carros a las producciones, me lo consiguió y le encargué el maquillaje con fotos de referencia que bajé de internet, además de pedirle dos carros clásicos más para ambientar la calle.
Convertir el bien conservado patio interior del barrio La Candelaria en un destruido solar cubano fue una tarea difícil, pero emocionante.
Tuvimos que pintar las impecables paredes blancas por un ocre, colocar carteles alegóricos a la dictadura y añadir tanques de agua, tendederas, forrar las canales de agua con papel aluminio y pintar como si estuvieran oxidadas, conseguir elementos en sitios de demoliciones, en la calle, con los amigos. Donde fuera.
Hacer el pan fue otra odisea: busqué referencias en internet del panecillo que dan por persona en Cuba y lo llevé a una panadería del barrio. El panadero tuvo que hace varias pruebas para lograr el tamaño y textura, El atrezo del gato muerto lo hizo Carolina, la esposa de mi director de fotografía. Con Carlos Andrés dimos muchas vueltas por varios sitios para encontrar las telas que más se parecían a la de los uniformes de policía en Cuba y se las llevé a unas costureras, también con fotos que busqué en internet.
Hace 17 años no voy a la isla y apelé a la memoria y fotos que mi esposa y mi hijo me trajeron de un reciente viaje. Fue una labor de muchos detalles y no poca nostalgia. Luego de rodar el cortometraje por dos días y medio, se imponía dejar todo como estaba y eso hicimos. El compromiso de todos por lograr un buen producto, la unión del equipo, las ganas de contar la historia fue la clave para lograr el resultado final.
Honor a quien honor merece, y como ya he dicho que eres un hombre agradecido, sé que querrás mencionar aquí qué le debe “La muerte del gato” a cada uno de los que se sumaron a esta hermosa locura. Empecemos, por ejemplo, por tu hijo Camilo, por tu esposa Irasema, por Albertico y sigamos así, mencionando a quienes creas necesario.
Conté con un reducido equipo de producción y técnico. El camarógrafo Oscar Mutis, el sonidista Andrés Sánchez, la script Diana Quiroga, el maquillador Jorge Serna, el actor Horacio Tavera los efectos especiales, todos colombianos que han trabajado conmigo en El Capo y otras producciones. En Produccion estuvo Gloria Macías, Camilo Rodríguez, Beatriz Ramírez y Tatiana Carrera asistente de Shango producciones. El resto del equipo Irasema, Carlos Andrés, Jairo, los actores y yo.
La postproducción se realizó en Estados Unidos. Caryl Deynn, un colombiano con el cual realicé varios proyectos antes de radicarse en USA, fue el encargado de la edición y colorización de la obra. La música original la compuso el genial violinista cubano Alfredo de la Fe para el cortometraje. La musicalización fue de Alberto Pujol. Se adquirieron los derechos de “Telón de Fondo”, canción de Carlos Varela para el remate.
He dicho, y no creo equivocarme, que los breves instantes del parlamento en que Albertico Pujol resume su vida en el corto, además de una clase magistral de actuación (no por gusto dejaste la cámara todo el tiempo en plano cerrado sobre su él), asistimos a la develación humanísima del trauma nacional, del fracaso de un proyecto social a través del fracaso de un individuo que, como él mismo dice, lo único que ha hecho en su vida es trabajar. Entramos así en el polémico terreno del arte y la política. Ya que conozco bien tu activismo a favor de los cambios en Cuba, ¿consideras que como artista debes proyectarte también en la búsqueda de ese cambio?
Albertico Pujol es un gran artista, pintor, músico y un magnífico actor. Su personaje resume el dolor de la patria y su parlamento es la tesis del cortometraje: “He trabajado toda la vida como un animal ¿y qué tengo?… No tengo ni cojones, no tengo ni pinga…” En sentido general, estoy feliz con cada una de las actuaciones y con el resultado final del cortometraje.
Como artista estaba en deuda con la patria y quería hacer una obra que reflejara lo que pasa en Cuba, sin panfleto, desde lo humano y se logró.
En mi humilde opinión, como amante del mundo del cine, he notado en la cinematografía cubana el problema que se achaca a nuestra idiosincrasia, utilizando aquellas palabras que se le endilgan al generalísimo Máximo Gómez: “los cubanos, o no llegan, o se pasan”. Sin embargo, te dije recientemente, “La muerte del gato” es, junto a “Suite Habana”, de Fernando Pérez, uno de los pocos ejemplos de quienes han sabido dar justo en la diana, sin quedarse corto ni pasarse en materia de resumir una época, un escabroso tema como el de la cubanía y el trauma de una nación. ¿Qué opinión, en ese sentido, te merece el actual cine cubano?
El cine cubano, al realizarse en Cuba es financiado por la dictadura y como se decía en Cuba: “muchos juegan con la cadena, pero si tocas al mono (entiéndase el dictador) te buscas un problema”. Así que los realizadores deben caminar sobre el filo de la navaja.
Hay en el parlamento del personaje Armando, interpretado por Albertico Pujol, y en ese desgarrador e inesperado final, una clara parodia a Cuba como nación, y por desgracia, más allá de lo tragicómico que puede resultar esta historia, se respira desesperanza, eternización de la desgracia, pesimismo; en simples palabras, una Cuba predestinada a una larga condena por sus propios errores, miedos y miserias. Aunque ya sabemos que el arte es polisémico y que cada quien encontrará sus claves al interpretar este corto, ¿teniendo en cuenta lo anterior, qué claves quisiste esgrimir, qué tesis pretendiste demostrar o, simplemente, mostrar sobre Cuba y nuestro destino como nación?
En el corto, si se estudia detenidamente, vas a encontrar una serie de denuncias; por ejemplo: las armas empolvadas porque el pueblo se conformó y solo hay unos pocos luchando. Un doctor amigo, Carlos García, después de ver La muerte del gato, me hizo un listado de denuncias que aparecen en el cortometraje. Acá te envío algunas: el miedo, el no respeto a los derechos humanos, la máquina represiva civil y militar, el hambre, el instinto animal de supervivencia, desesperación, depresión, tristeza, miseria, necesidad, aceptación inconsciente de la mentira y la ilegalidad, prostitución, doble moral, implicación del gobierno en el narcotráfico, deseo de venganza hacia los verdugos, leyes impuestas al antojo por la tiranía, arriesgar la vida por escapar, control de la información, ausencia de bienestar, sincretismo político, religioso, cultural, impotencia para solucionar problemas, añoranzas, refugio en la bebida. Si te fijas en el film, el cuadro del sagrado corazón de Jesús está escondido, no expuesto en la sala; en la sala está a la vista sólo el cuadro del dictador.
Antes de terminar, me gustaría que resumieras a nuestros lectores la trayectoria que ha tenido y tendrá este corto, lugares donde se ha presentado, próximas presentaciones…
El cortometraje la muerte del gato fue seleccionado por el Festival de Cannes de este 2014 y participó en el Short Film Corner. Ahora está inscrito en varios festivales más.
Y finalmente, conociendo que eres un trabajador incansable: ¿tienes en mente algún proyecto similar con el tema Cuba?, ¿en qué otros proyectos te ocupas actualmente?
Actualmente he recibido varias propuestas y estoy estudiando varios proyectos para decidirme cuál voy a realizar. Seguiré haciendo un corto sobre el tema cubano cada año. Tengo en proyecto una película con el escritor y periodista cubano Amado del Pino y toca el tema de Cuba y Colombia. Uno de mis sueños es ganarme un Oscar. Por ahora sigo escribiendo cuentos, pero el gran proyecto del que quisiera participar algún día es desarrollar el cine y la televisión en Cuba, pero conviviendo y respetando los ideales de cada cual en la isla, y en democracia.
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